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Ensayos de fin de año ante litteram

¿Cuántos de nosotros, en la infancia o adolescencia, hemos vivido la estresante experiencia del «examen de fin de año»?

Cursos de instrumento, gimnasia artística, teatro, artes marciales: un año de trabajo condensado en una cálida tarde de principios de verano en una exhibición a favor de padres, abuelos, amigos. Maestros un poco histéricos, el pánico escénico, el alivio al final de todo. Si pensamos que estas costumbres eran exclusivas de los tiempos modernos, nos equivocamos.

Dos pequeños fascículos (visibles aquí y aquí), encuadernados en cartón, atestiguan que incluso en el siglo XVIII las pruebas infinitas, las noches sin dormir y el escalofrío de la actuación formaban parte de la experiencia de niños y jóvenes; ciertamente no niños y jóvenes cualquiera. Estos exámenes se llamaban «Teatro de Honor».

Nuestros dos fascículos nos traen los programas: editados por el Ducal Colegio de Nobles de Parma, nos transportan a dos largas jornadas de agosto de 1823 y 1825.

Asistir al Ducal Colegio de Nobles de Parma no era para todos.
El Colegio tenía una larga y prestigiosa historia; fundado en Parma por Ranuccio I Farnese en 1601 y confiado a la dirección de los Jesuitas, recibía a los hijos de las casas nobles más importantes de Italia y Europa entre los 10 y 20 años, llegando en el siglo XVIII a albergar hasta 300 alumnos. Después del cierre del período Napoleónico, María Luisa reabrió el Colegio en 1815 confiando su gestión a los Benedictinos de la Abadía de San Giovanni Evangelista.

Desde su fundación, el objetivo del Colegio era formar caballeros completos.

Junto con las disciplinas humanísticas y la formación religiosa, se añadían el entrenamiento en ciencias caballerescas, esgrima, arquitectura militar, danza, equitación, dibujo, caligrafía, así como canto, música y estudio de idiomas, griego, alemán y francés.

La excelencia y la competencia eran parte del entrenamiento de los jóvenes.
Con este fin, en 1672, por voluntad del duque Ranuccio II Farnese, se estableció dentro del colegio la Academia de los Elegidos; inicialmente reservada solo a las disciplinas literarias, pero posteriormente ampliada también a la filosofía y las armas, reunía a los internos que se destacaban por sus méritos en esas materias. El Príncipe de la Academia, elegido cada año, tenía derecho a un retrato expuesto en las salas del Colegio. Y precisamente con la lista de miembros de la Academia de los Elegidos comienzan los dos fascículos del Teatro de Honor, que son el prólogo del programa del «examen», en el que los alumnos se presentaban en diversas disciplinas mostrando su formación como caballeros cultos, refinados y hábiles en los ejercicios caballerescos: ejecuciones musicales, danzas y combates de esgrima; luego seguían las menciones especiales por el esfuerzo y el éxito en las diversas disciplinas.
Todo ello registrado en fascículos editados por la Tipografía Ducal, en los nítidos y elegantes caracteres de tradición Bodoniana característicos de esta imprenta.

Estos fascículos, destinados también a rincones lejanos de Europa, formaban parte de la política de visibilidad e interacción con el mundo nobiliario italiano y europeo de la institución parmense.

En las relaciones sobre el examen anual y en la nomenclatura de las Academias y los premiados, las familias nobles introducían a sus jóvenes en el mundo de la aristocracia.

Podemos imaginar bien la emoción de los Condes Giovanni Battista Rizzardi y Francesco Miniscalchi al bailar sobre el escenario una Gavotta, o los largos ensayos para el asalto de espada en los que se presentan el Marqués Alfonso Sacro y el Conde Bernardo Pollastrelli, quien ese año además fue el Príncipe de la Academia de los Elegidos. La pericia en violín del Conde Antonio Nasalli fue encargada de interpretar el Adagio y tema variado compuesto por el célebre Sr. Alessandro Rolla, Primer violín y director de la orquesta del Teatro alla Scala de Milán.
Frente al escenario, la platea de padres, abuelos y amigos, no muy diferente a la de nuestros días, solo que entonces se enriquecía con la Augusta presencia de Su Majestad María Luisa, Duquesa de Parma, Piacenza y Guastalla, etc. etc. etc. ¡No era poca cosa!

María Luisa, la «buena duquesa» de Parma. Retrato de Giovan Battista Borghesi, 1837-1839

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