Escribo este artículo en primera persona porque me gustaría hablarles sobre sostenibilidad y moda, pero entrar en un número adecuado de caracteres para una publicación en el blog me hace sudar frío: los temas son tantos que la tarea me parece de una complejidad abrumadora. Por eso elijo contarles mi historia, porque es un ejemplo concreto, uno entre tantos, hecho de experiencias, reflexiones y soluciones que espero puedan alentar a quienes de ustedes han emprendido el camino de un consumo más consciente.
No solo los limones son exprimidos
Comienzo diciéndoles que trabajo en la moda desde hace trece años (por eso me cuesta resumir). En lo que yo llamo la “primera parte de mi carrera” me tocó trabajar en grandes multinacionales de fast fashion y ya en esos primeros años me chocaban algunas cosas: ¿cómo es posible, me preguntaba, que empresas tan grandes y ricas exprimieran a sus empleados como limones, sometiéndolos a ritmos de trabajo extenuantes en un clima general de control histérico sobre la productividad?
Había números para todo: para cronometrar los tiempos de realización de las distintas actividades, para evaluar la facturación hora a hora, día a día, para compararla con otras tiendas de la zona, del país, del mundo… Y la conclusión casi siempre era una: nunca se hacía lo suficiente.
Sufrí mucho estas dinámicas, así que comencé a leer e informarme: un video de YouTube, un libro, una página de Instagram, un documental… Con cada vez más desconcierto me di cuenta de que yo, en mi percibida miseria, en realidad era una privilegiada en la cadena productiva de la moda, bendecida por un destino que me hizo nacer en la parte “afortunada” del mundo.
El punto de no retorno
Justo en ese período – era 2015 – salió “The True Cost”, un documental que cambió mi vida y que aún hoy ocupa el primer lugar en las listas de películas “absolutamente imprescindibles” sobre moda sostenible. El largometraje se realizó después de una tragedia que en ese entonces pasó bastante desapercibida: el colapso de un edificio en Bangladesh con la muerte de más de 1.100 personas que trabajaban allí. Entre los escombros se encontraron las etiquetas de muchas de las marcas de ropa más famosas, aquellas que pueblan las calles comerciales de los centros de las ciudades.
La tragedia humana de Rana Plaza, además de poner al descubierto las condiciones de explotación extrema de los trabajadores, dio un rostro, a través de imágenes literalmente repugnantes, a los daños ambientales causados por la industria de la moda.
Para mí ese fue un punto de no retorno, me dije: nunca más compras de fast fashion. Y así fue. Comencé a preguntarme: ¿realmente necesito esto o aquello? No se imaginan la ligereza de ánimo que sentí al darme cuenta de cuán fácilmente podía reducir. Al mismo tiempo me daba cuenta con placer de cuánto todo esto favorecía también a mi bolsillo. Porque una de las mayores mentiras del fast fashion es contarnos que es económico, mientras que en realidad nos empobrece de muchas maneras.
Comencé a aprovechar al máximo la ropa que ya tenía, esforzándome por “salvar” aquellas que estaban deterioradas (no saben cuántos calcetines remendé) y arreglar aquellas antiguas con la ayuda de la modista, adaptando modelo y talla a nuevas necesidades.
El redescubrimiento del vintage
Pero convertirse en consumidores conscientes no significa necesariamente adoptar un estilo de vida monástico. La gratificación de cuando, en caso de necesidad, se compra algo sostenible es sana y duradera, a diferencia de la breve pero intensa descarga de adrenalina a la que nos somete las compras impulsivas.
Comencé a dirigirme cada vez más al vintage para encontrar calidad y unicidad y porque, tras mis investigaciones, entendí que reutilizar algo que ya se ha producido, alargando su vida, es la opción de consumo absolutamente mejor. Descubrí un mundo maravilloso lleno de detalles valiosos, etiquetas memorables, estampados coloridos, historias más o menos imaginadas… Encontré en el vintage los ingredientes para construir un estilo único.
Y donde no llegaba con el vintage (por ejemplo, en lencería, gafas de sol, ropa técnica), recurría a un universo de marcas sostenibles, dejándome guiar por aplicaciones de reseñas y geolocalización como “Good on You” y “Il Vestito Verde”.
Y este es un poco el punto de la historia en el que me encuentro ahora. He encontrado un equilibrio entre el placer de informarme y de hacer investigación con mi pasión por la moda que no se expresa necesariamente con la compra, sino que pasa por una cuidadosa evaluación de los objetos que realmente necesito y que enriquecen la vida cotidiana. Si esto no es un final feliz…
Sería genial escuchar sus historias, tal vez en persona. Tal vez en Vestiaria, nuestro evento 100% de segunda mano donde se puede encontrar ropa vintage y de segunda mano, para comprar conscientemente lo que realmente se necesita o lo que se enamora. Para un mimo que dure muchos, muchos años.
Del 15 al 21 de mayo, en Milán, en viale Espinasse 99.
Horarios de apertura:
Lunes: 15.00-19.00
De Martes a Viernes: 11.00-13.00 y 15.00-19.00
Sábado y Domingo: 10.00-19.00, horario continuo
Número de teléfono: 02 33 400 800